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25 de julio de 2013

"Fuego Infernal" (Hell-Fire), Isaac Asimov (1956)



Este cuento es impresionante. Aterrador y muy cierto. Disfruten!

Hubo la agitación correspondiente a un muy cortés auditorio de primera noche. Sólo asistió un puñado de científicos, un escaso número de altos cargos, algunos congresistas y unos cuantos perio distas. Alvin Horner, perteneciente a la delegación de Washington de la Continental Press, se hallaba próximo a Joseph Vincenzo, de Los Álamos. -Ahora nos enteraremos de algo -comentó. Vincenzo le miró a través de sus gafas bifocales y dijo: -No de lo importante. Horner frunció el entrecejo. Iban a proyectar la primera película a cámara superlenta de una explosión atómica. Mediante el empleo de lentes especiales, que cambiaban en ondulaciones la polarización direccional, el momento de la explosión se dividiría en instantáneas de mil millonésimas de segundo. Ayer, había explotado una bomba A. Y hoy, aquellas instantáneas mostrarían la explosión con increí ble detalle. -¿Cree que producirá efecto? -preguntó Horner. -Sí que surtirá efecto -repuso Vincenzo con aspecto atormen­tado-. Hemos hecho pruebas piloto. Pero lo importante... -¿Qué es lo importante? -Que esas bombas significan la sentencia de muerte del hom bre. Y que no parecemos capaces de comprenderlo... Mírelos. Es tán excitados y emocionados, pero no asustados. -Conocen el peligro. Y sí que están asustados -dijo el pe riodista. -No lo bastante -replicó el científico-. He visto a hombres contemplar cómo una bomba H hacía desaparecer una isla, convirtiéndola en un agujero, e irse después a casa, a dormir tranquila mente. Así es el ser humano. Por espacio de miles de años, le ha sido predicado el fuego del infierno. Nunca le causó una verdadera impresión. -El fuego del infierno... ¿Es usted religioso, señor? -Ayer vio usted el fuego del infierno. Una bomba atómica que explota significa el fuego infernal. Literalmente. Aquello fue demasiado para Horner. Se levantó y cambió de si­tio, aunque mirando intranquilo a la concurrencia. ¿Había alguien que sintiera temor? ¿Se preocupaba alguien por el fuego infernal? No se lo parecía. Se apagaron las luces, y el proyector entró en funcionamiento. En la pantalla, apareció desvaída la torreta de disparo. La concu rrencia permanecía atenta, llena de tensión. Se encendió una mota de luz en la cúspide de la torreta, un punto brillante e incandescente, que aumentó lenta, perezosamen te, formando recodos, cobrando desiguales formas luminosas y ex pandiéndose en un óvalo. Alguien lanzó un grito sofocado y luego otro. Siguió un ronco y ruidoso balbuceo, al que sucedió un denso silencio. Horner olió el miedo, paladeó el terror en su propia boca y sintió que se le helaba la sangre. De la ovalada pelota de fuego brotaron proyecciones. Hubo luego un instante de inmovilidad, como un éxtasis, antes de extenderse rápidamente en una brillante y uniforme esfera. Y en aquel momento de éxtasis..., la bola de fuego había permitido ver dos negros lunares semejantes a ojos, con obscuras y tenues líneas a manera de cejas, el nacimiento del cabello en forma de «V», una boca contraída hacia arriba, en salvaje carca jada..., y unos cuernos.

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